¿Es tu mente meramente un parásito en tu cuerpo físico?

¿Y si la inteligencia pudiera prosperar sin la conciencia?

Adam Frank para Big Think

Respira profundamente. ¿Puedes sentir tus pulmones llenándose de aire? Ahora mira tu mano. ¿Puedes ver tus cinco dedos con todas sus articulaciones?

Durante cada una de estas experiencias eres consciente no solo de lo que experimentas. También eres consciente de que lo estás experimentando. Tienes consciencia de esta experiencia, y eso implica que, para empezar, eres consciente. Pero aquí hay una pregunta: ¿Para qué sirve esa conciencia? ¿Qué hace? ¿Es siquiera necesaria?

Estas preguntas son fundamentales para la asombrosa novela de ciencia ficción “Blindsight” de Peter Watts. Acabo de leer este libro. Debido a que mi trabajo diario a veces implica pensar en extraterrestres y cómo podrían evolucionar, me ha influido muchísimo.

“Blindsight” es una novela sobre el primer contacto de la humanidad con una especie alienígena inteligente. Existen, es cierto, miles de historias sobre los primeros contactos de este tipo, pero “Blindsight” es diferente. Lo que el libro realmente ofrece es una meditación profunda sobre la naturaleza de la inteligencia y de la conciencia en general.

Conversaciones sin sentido

Antes de volver a este punto, me gustaría ofrecerte una descripción general de la trama. En un futuro no muy lejano, una nave tripulada por unos pocos humanos muy modificados es enviada a los confines del sistema solar después de que la Tierra haya sido escaneada por dispositivos de origen obviamente alienígena. Más allá de la órbita de Plutón, encuentran una enorme nave que los involucra en largas conversaciones mientras les advierte que no se acerquen más.

Después de un tiempo, los humanos se dan cuenta de que lo que sea que esté dialogando con ellos en realidad no entiende nada. Simplemente, al conocer las reglas del lenguaje humano, proporciona respuestas apropiadamente estructuradas a cualquier comunicación que envían los humanos. No percibe ningún significado. (Como señala el libro, los extraterrestres son ejemplo del famoso experimento mental “la habitación china” referido a la inteligencia artificial del filósofo John Searle).

Los humanos finalmente entran en la nave alienígena y capturan a algunos de sus habitantes. Al examinar los especímenes, pronto queda claro que las criaturas no tienen la arquitectura neuronal necesaria para respaldar la conciencia que se produce en los cerebros humanos. Finalmente, la tripulación llega a la asombrosa conclusión de que, si bien los alienígenas son mucho más inteligentes que nosotros, carecen por completo de conciencia. Procesan información, introducen innovaciones y resuelven problemas, pero no son conscientes de lo que están haciendo.

Desafiando siglos de supuestos filosóficos

A lo largo de la copiosa historia de debates sobre la evolución de la mente humana, siempre ha habido una suposición fundamental de que la inteligencia y la autoconciencia van de la mano. Esto se puso de manifiesto en el famoso dicho de Descartes: “Pienso, luego existo”. Es nuestra voz interior la que valida nuestras experiencias como reales y confirma que nos pertenecen. Esta sofisticada inteligencia existe porque poseemos estos yos, dotados de la capacidad de reflexionar sobre los datos que nos envían nuestros sentidos.

En las últimas décadas, sin embargo, algunos científicos y filósofos cognitivos han comenzado a formular nuevas preguntas sobre lo que realmente constituye la conciencia. David Chalmers, por ejemplo, investigaba sobre lo que él llama zombis filosóficos. Son criaturas que se parecen a nosotros en todo su comportamiento externo, pero carecen de experiencia interna. Carecen completamente de la interioridad. En su caso, la respuesta sigue al estímulo sin experiencia ni significado. Cuando planteó el problema de los zombis filosóficos, lo que Chalmers realmente estaba tratando de determinar era qué es lo que hace que la conciencia sea algo especial, y asimismo nosotros.

“Blindsight” le da la vuelta al razonamiento de Chalmers.

La conciencia como punto muerto evolutivo

Lo que postula el libro es la posibilidad de que no haya nada especial en la conciencia; de que tal vez sea un callejón evolutivo sin salida.

Existe en el mundo real un fenómeno llamado “vista ciega” que ocurre después de ciertos tipos de daño cerebral. Los afectados ya no pueden reaccionar a los estímulos visuales. Sin embargo, bajo ciertas circunstancias, su cuerpo seguirá respondiendo apropiadamente a la información visual, como si alguna parte inferior del sistema nervioso estuviera haciendo el trabajo de ver.

Usando vista ciega como una metáfora, Watts pregunta si la consciencia que alguien tiene de sí mismo podría ser meramente un complemento de la función cerebral que acapara la energía, pero que no sea necesario para la inteligencia. Desde este punto de vista, el “yo” que tanto apreciamos sería un desarrollo evolutivo que ocurrió en el linaje de criaturas inteligentes de la Tierra, nosotros, pero que no es necesario. Yendo aún más lejos, el libro implica que, en cuanto a la consciencia, dejará de seleccionar a largo plazo. Nuestras mentes conscientes de sí mismas son, como implica un personaje, una especie de parásito que se monta en el sistema nervioso de nuestro cuerpo. No es necesario y sería mejor arrojarlo lo antes posible. El universo de “Blindsight” está lleno de tecnologías alienígenas avanzadas desarrolladas por inteligencia alienígena avanzada, pero ninguno de ellos lleva el peso evolutivo adicional de la autoconciencia.

Terminaré señalando que creo que la idea de inteligencia sin conciencia es incorrecta. Se basa en el uso de la metáfora de máquina para la vida y la mente (en resumen, la idea de que no eres más que una computadora de carne y hueso). Creo que las metáforas mecanicistas de la vida y de la mente están profundamente equivocadas, pero también podría estar equivocado yo, y por ello el libro “Blindsight”, con todas sus ideas, constituye una lectura excelente.

SONDAS.BLOG: El discurso de los que se adentran en los círculos académicos tras cursar estudios de lo que se ha dado en llamar “ciencia” –física, química, matemáticas, biología… adolece de una neurótica preocupación a que no se le considere totalmente científico. Y por ello toman todo tipo de precauciones para que no haya en ese discurso términos como “consciencia”, “vida interior”, “intuición”, “revelación”… ni otros que pudieran ser tachados de “religiosos” o incluso de “filosóficos”. No así el discurso de los veteranos, sobre todo anglo-sajones, que llevan más de 100 años controlando la academia en toda su extensión, en todos sus ámbitos. El hecho de haberse licenciado en Oxford, Yale o Harvard les permite desarrollar un chamánico cinismo en el que mezclan todo tipo de conceptos para concluir, como el narrador de los Rig Veda: “o quizás no”.

Frente a este cinismo resulta aún más patético la seriedad con la que los novicios, que acaban de tomar el hábito, pretenden situarse en la cúspide del conocimiento, sin caer en la cuenta de que los profesionales académicos ya están de bajada.

La ciencia ha tocado fondo, algo que vemos en el nerviosismo y la confusión conceptual que acaparan la mayoría de sus hipótesis. Y por ello, la estrategia que está siguiendo la ciencia, como antes ya lo había hecho la filosofía, es la de negar lo que les resulta indemostrable. Durante miles de años el hombre trataba de abarcar y definir el concepto “Dios”. Disquisiciones metafísicas, debates, tratados, concilios… sin más resultado que una cada vez mayor putrefacción conceptual. Y ello les ha llevado a negar Su existencia –no hay Dios. Muerto el perro, se acabó la rabia.

Mas la ciencia no está en mejor posición que la filosofía, pues como vemos en este artículo ya hay una corriente de “enfants terribles” académicos que proponen matar el perro de la consciencia –un concepto escurridizo que no consiguen asir y que les obliga a entrar en continuas contradicciones. Lo mejor, pues, será eliminarlo –no hay consciencia. No hay Dios, no hay consciencia y la mente es un parásito en tu cuerpo físico. El cuerpo físico ¿de quién? Habrá, pues, que pronto eliminar al “yo”, quizás el concepto más molesto de todos.

¿Y si la inteligencia pudiera prosperar sin la conciencia?

En esta formulación encontramos la primera discordancia con respecto a la estructura básica del ser humano.

La consciencia no tiene nada que ver con la inteligencia, no forma parte de la cognición. Es la luz que ilumina el aparato reflexivo (fuad en árabe), que a su vez pone en movimiento el resto de las capacidades cognitivas y agita el estanque de la memoria. Cuando encendemos la luz, vemos lo que hay en la habitación, pero esa luz no añade ningún objeto, ningún color, ninguna textura. Sin embargo, es ahora cuando se activan nuestras características cognitivas y empezamos a “pensar” y después a reflexionar si ese fuad funciona correctamente. En este caso la dialéctica entre consciencia y reflexión nos llevará a salir del ámbito de la estancia para caer en la cuenta de que soy yo el que observa todos eso y de que ese “yo” está dentro de un universo, de un escenario, de una condición existencial. Y estas reflexiones estampadas contra la luz, el espejo de la consciencia, producirán nuevas reflexiones, sirviéndose éstas, como ya hemos apuntado, del resto de las capacidades cognitivas y de la memoria.

El autor del artículo, los profesionales, se hacen una extraña pregunta, una pregunta inquietante:

¿Para qué sirve esa conciencia? ¿Qué hace? ¿Es siquiera necesaria?

¿Son estas preguntas dignas de alguien que, como científico, pasa el tiempo reflexionando, investigando, indagando? Obviamente, no, pues hacia lo que están apuntando es a la ghaflah, a la somnolencia, a la inconsciencia – en última instancia. Es evidente que para quien su reflexión no le saca de la estancia, no le lleva del objeto al diseñador y el creador de ese objeto, de nada le sirve la consciencia. Le basta con “pensar”.

Veamos esta segunda discordancia en palabras de Descartes: “Cogito, ergo sum.” (Pienso, luego existo.) Y es aquí donde se incrusta la “ciencia”, la academia, separando para siempre la reflexión del pensamiento, la consciencia de los mecanismos cognitivos. “Pienso, luego existo” nos sitúa al nivel de los animales y de las plantas, pues sin consciencia, sin reflexión, sin ese “estar fuera”, esa portentosa condición humana de formar parte de la acción y ser, al mismo tiempo, espectador, nos convertirá en meros mecanismos, en programas que no tienen ningún valor en sí mismos. Seremos complicadísimos programas de diseño sin nadie que los utilice. ¿Cuál, entonces, habrá sido el objetivo de crearlos, para quién? ¿Tan solo para el ordenador? Mas el ordenador, el cuerpo, ni podrá desarrollarlos ni podrá admirar su fabulosa complejidad. Hará falta un usuario, hará falta la consciencia, la luz que ilumine ese programa y obligue al usuario a reflexionar sobre sus capacidades, sin olvidar en ningún momento que él no es el programa ni el ordenador; que él los está utilizando con un claro objetivo; sin perder de vista que han sido expertos quienes han diseñado ese programa y han diseñado y fabricado ese ordenador.

Como señala el libro, los extraterrestres son ejemplo del famoso experimento mental “la habitación china” del filósofo John Searle referido a la inteligencia artificial.

¿Es tu mente meramente un parásito en tu cuerpo físico?

Estos zombis filósofos, zombis científicos, han llenado la coctelera de fluidos como la inteligencia, la consciencia, la mente, el yo… la han agitado y han vertido en una elegante copa de cristal de Bohemia el coctel resultante, un maloliente líquido verduzco. ¿Y qué esperaban que iba a salir de esa mezcla, de esa confusión de conceptos? Y ello porque llevan más de 300 años tratando de penetrar en el sistema operativo de la vida y del Universo para controlarlo todo, olvidándose así de reflexionar sobre el sistema funcional. No han entendido cómo funciona el procesador, las tarjetas de memoria, pero tampoco han aprendido a utilizar una hoja de cálculo. Lo han perdido todo.

No se han hecho la pregunta básica sobre el funcionamiento humano: “¿Es nuestro cerebro, nuestro sistema neuronal, nuestra mente, un estudio de producción o un aparato receptor?” Respondamos de la forma que respondamos, tomemos cualquiera de estas dos opciones, el problema desde una posición materialista, es irresoluble. Si lo que llamamos mente en realidad existe y es productora del pensamiento, ¿cómo se realiza esta función? Fijémonos en lo que nos enseña el lenguaje. Decimos, por ejemplo –me ha venido, me ha llegado, una idea; no decimos –he producido una idea, pues sabemos que no hemos tenido nada que ver con esa idea que se ha expresado en una lengua conceptual y en cuyo “proceso” de formación no hemos tenido nada que ver. Si así fuera, si nuestra “mente” fuese un estudio de producción, podríamos segregar todas las ideas que quisiéramos, pues cuando un físico propone la teoría del Big Bang, sus conocimientos de física son los mismos o incluso más deficientes que los de muchos otros físicos, investigadores que como él trataban de entender cómo surgió el Universo. Sin embargo, solamente este físico ha dado con el Big Bang. Por lo tanto, parece más probable que la mente sea receptora y no productora.

En el primer caso se trata de un fenómeno inexplicable –pensamos, pero no sabemos por qué pensamos; cómo se produce pensamiento. En la segunda opción el proceso parece más lógico y parece estar más acorde con nuestra propia experiencia. Cuando encendemos una radio, escuchamos voces, sonidos de todo tipo, música, mesas redondas, debates… y en una primera instancia todo ello nos provoca abrir ese aparato para descubrir, suponemos, a una orquesta interpretando una pieza musical. Sin embargo, lo que observamos es un cerebro, una especie de arquitectura fabricada con silicona, conteniendo transistores y otros elementos que conforman un sistema capaz de decodificar las ondas que le llegan de los estudios de producción. La expresión “me ha llegado una idea” significa, en realidad, “mi mente ha decodificado transmisiones en forma de ideas” que han producido a su vez sentimientos, emociones… de forma automática, sin que “yo” lo haya ordenado, lo haya querido.

Mas ya hemos dicho que desde el punto de vista científico esta segunda opción no termina de cerrar el signo de interrogación, pues ¿qué es este estudio de producción y dónde está? La ciencia con su método no puede explicar el sistema funcional, pues ha eliminado el concepto de agente externo, de diseñador, de creador. Mas tampoco ha podido penetrar, más de tres o cuatro muñecas rusas, en el sistema operativo; y concluye en el colmo, no de la humildad, sino del cinismo:

Creo que las metáforas mecanicistas de la vida y de la mente están profundamente equivocadas, pero también podría estar equivocado yo, y por ello el libro “Blindsight”, con todas sus ideas, constituye una lectura excelente.

Es decir, lo que nos propone el autor –un científico, un astrofísico– es leer un libro de ficción; pasar el tiempo con lecturas entretenidas, lecturas en las que se nos habla de unos alienígenas que no existen, de unos humanos en Plutón, a donde nunca llegarán; y, en definitiva, de un diálogo de besugos.