
Restoring Truth
Últimamente, la vida parece avanzar a toda velocidad. Nuestros hijos, por el momento, se han librado de los dramas juveniles, generalmente desagradables.
Con seis hijos, un cansancio creciente y una madre anciana, de repente me siento abrumada entre ocho etapas de la vida y sus preocupaciones únicas.
Por encima de todo, pende la preocupación más apremiante: Mis hijos ¿conocen y aman a Dios? ¿Les hemos enseñado bien? ¿Viven para su gloria o serán consumidos por la ruidosa oscuridad? Esta mañana leí lo siguiente en 1 Pedro 1:24-25:
“Porque toda carne es como la hierba, y toda su gloria como la flor de la hierba. La hierba se seca, la flor se marchita, pero la palabra del Señor permanece para siempre”.
A nuestra edad, uno está familiarizado con la hierba marchita y las flores secas. Las glorias que perseguimos como veinteañeros tuvieron su momento, pero pasaron. Otro individuo rompió nuestro récord, superó nuestra reputación o atrajo mayores aplausos. Nuestros tesoros terrenales acumulados también nos decepcionan: el barco está en mal estado, los palos de golf acumulan polvo y nadie quiere el viejo sofá «personalizado» que intentamos vender. Aunque tengamos la suerte de tener vitalidad y salud, la realidad es que nuestros días de vino y rosas han quedado atrás, hablando en términos terrenales.
Queriéndolo o no, descubriremos que la vida es mucho más que eso; no se trata del ahora, sino del para siempre. Estas son buenas noticias para los padres cansados; pero, lo más importante, es el único tesoro duradero que podemos transmitir a nuestros hijos. Como nosotros, necesitan más que las flores marchitas de la tierra.
Cuando pienso en la eternidad, pienso en estrellas. El Génesis registra su creación, y Hebreos nos recuerda que Dios «sustenta el universo con la palabra de su poder». Sus palabras eternas sostienen un cosmos que confunde nuestras mentes débiles y nuestros poderosos telescopios, pero nos envuelve en una calma aterciopelada. El evangelio de Dios, sus promesas, su creación, su plan para cada uno de nosotros y nuestros hijos, todo está respaldado y garantizado por sus palabras eternas.
La otra noche, camino a la cama, me detuve a mirar por la ventana el cielo del oeste. La noche era despejada y brillante, con Marte a la vista. Me quedé atónita por haber dado por sentado este cielo. De adolescente, me sentaba en la entrada de mi casa por la noche, contemplando el misterio. En las noches de verano en la playa, he llevado a mis hijos a sentarse en la silla del salvavidas y contemplar las constelaciones que se cernían sobre el océano. Hoy en día, me sorprende verlas todavía ahí cuando saco la basura por la noche –majestuosas, silenciosas, indiferentes a mi horario.
Sin embargo, esa noche en particular –en un momento en que decidí girar el cuello y mirar más allá del cristal de la ventana– vi una estrella fugaz. ¿Seguía ocurriendo este fenómeno, a pesar de las elecciones, las citas médicas, los innumerables formularios, las tareas pesadas, las matrículas interminables, las madres ya mayores y las excursiones de colegio? Mientras yo corría de un lado a otro de la vida cotidiana, un mar de estrellas seguía reinando en el planetario de mi jardín.
Así como esas estrellas son sostenidas por nuestro Dios, también lo son nuestras vidas. Todas sus promesas quedan cumplidas, incluso cuando las inevitables nubes de la vida –e incluso su feliz y cegador sol– oscurecen su gloria. Dios es fiel; y cuando me encuentro sin palabras y cansada, el universo sigue proclamando.

SONDAS: Este artículo de una madre de Florida transporta, sin duda, una fuerte carga emocional (muy femenino), pero contiene una alarmante repetición del término “dios”: un sustantivo, adjetivo en su origen, que debemos entender en su forma singular masculina. Y ello nos lleva a echar de menos la mención, por ejemplo, del Espíritu Santo, que a pesar de que ingresara a la Trinidad con unos cuantos siglos de retraso, no por ello deja de ser Dios. Y este es un problema que persiste entre los cristianos sinceros. ¿A quién en realidad adoro? ¿A quién suplico? ¿De quién espero que derrame su gracia sobre mí? Quizás el Padre esté demasiado ocupado u ostente una posición demasiado elevada como para ocuparse de mis cuitas, por lo que quizás sea mejor hablar con el Hijo: una entidad sorprendente que se paseó por la Tierra, comió, bebió, durmió… sufrió y que, por lo tanto, parece más accesible a una comunicación con los humanos.
En cuanto al Espíritu Santo, no hemos conocido a un solo cristiano que sea devoto de esta tercera entidad que fue incrustada en el retablo de la Sagrada Familia y deificada no tanto porque existan versículos en el Antiguo o el Nuevo Testamente que lo confirmen o insinúen, sino para eliminar el interrogante que martillaba el cerebro de los obispos. ¿Quién será ese Espíritu Santo? ¿A qué se está haciendo referencia con ese nombre? Sin duda que es difícil la comunicación con Dios cuando se trata de tres. Hay una clara contradicción en tripartidar el Absoluto. ¿Sabrá el Padre lo que le he pedido al Hijo? ¿Lo habrá escuchado el Espíritu Santo?
Esta madre de Florida se pregunta en un acto de absoluta honestidad religiosa si habrá transmitido a sus hijos el amor y el conocimiento de Dios. Mas aquí la verdadera pregunta es: ¿A qué “dios” se refiere? Si repasamos el credo cristiano, se trata de tres personas distintas en un solo Dios verdadero, es decir, tres personalidades distintas, tres caracteres diferentes, que se manifiestan incluso en las representaciones pictóricas que los hombres hacen de ellas. “Tres personas distintas”, es una gravísima locución. No olvidemos que el término “persona” significa en griego “máscara”, algo que se utiliza en el teatro japonés para hacer que un mismo actor represente a varios personajes. En realidad, una situación esquizofrénica -tres en uno; cinco en uno; diez en uno. Mas ¿cuál de todos ellos es ese uno?
¿Por qué esta madre de Florida no utiliza el plural? No se pregunta por ejemplo si habrá logrado transmitir a sus hijos amor por los dioses o por los tres dioses. Mas probablemente si lo hiciera, se encontraría con otro problema, no menos grave y no menos paradójico o contradictorio. ¿Cuál es el nombre de ese “dios” o de esos “dioses”? Yo soy padre e hijo, pero tengo un nombre propio que me individualiza. ¿Cuál es el nombre propio de ese “dios” o de esos “dioses”?
En el caso de esta madre de Florida, nativa de lengua inglesa, el término utilizado en su artículo es “god”, un término que en inglés no significa nada y cuya etimología ella desconoce; ella y el resto de los cristianos. Por ello, nos ha parecido de un cierto interés el explicar el origen de este nombre y a través de este repaso lingüístico e histórico caer en la cuenta de que necesitamos volver al Tauhid, la Unicidad del Altísimo, y a recuperar Su nombre propio:
Él es Allah en los Cielos y en la Tierra. (Corán, sura 6, aleya 3)
En la literatura escandinava existe una colección de sagas llamada Heimskringla (escrita por Snorri Sturluson en 1220), que rastrea el origen de los reyes noruegos hasta el dios Odín, presentado como una figura histórica que hace referencia a un gran conquistador y maestro-mago procedente del Mar Negro, cuyo conocimiento de la escritura y de la magia le permitieron hacerse con el poder en toda la península. Su dinastía continuó a través de dieciséis reyes-sacerdotes hasta llegar a la época de los vikingos y su posterior “conversión” al cristianismo. En el relato de Heimskringla encontramos la secuencia completa de la corriente danesa a condición de que situemos a sus actores en el tiempo y lugar adecuados. El rey sumerio Sargón no es un personaje salido de la nada, que sin más antecedentes que su propio talento inventa el alfabeto cuneiforme, la escritura, la composición literaria y desarrolla una prodigiosa civilización. Sargón, es en realidad Daud, padre de Suleyman y, junto con él, artífice del mayor imperio que haya existido jamás. Ambos eran Profetas y poderosos monarcas bajo cuyo dominio estaban sometidos los yin y los shayatin; conocían el lenguaje de los voladores (un tipo de yin). Daud recibió el Zabur y una gran destreza militar:
Los derrotaron por la voluntad de Allah. Daud mató a Yalut y Allah le concedió soberanía y Hikmah, y le enseñó lo que tuvo a bien enseñarle. (Corán, sura 2, aleya 251)
Uno de los panegíricos con el que se honraba a Sargón era Goth o Got, que L. Austine Waddell traduce como “gran guerrero”. No obstante, la palabra original era Ġothn o Ġodhn. La primera letra de estas dos palabras correspondería a la letra ghain غ del alfabeto árabe, un sonido “g” gutural inexistente en la mayoría de las otras lenguas y, por lo tanto, difícil de pronunciar. De ahí que cuando este término penetre en el inglés arcaico, cambie este sonido por el de wa, pasando a escribirse Wodhn o Wothn, y la misma transformación tendrá lugar en el sajón arcaico. En el alemán que se hablaba hasta el siglo XI en lo que hoy es Alemania del sur, Austria y Suiza, el sonido dh y th será substituido por t, dando lugar a Ġotn. Cuando estos términos se introducen en la lengua nórdica, también llamada alemán clásico del norte, y que fue la lengua literaria de las sagas islandesas y de las Eddas durante los siglos XII y XIII, se elimina tanto el sonido ghain como el sonido wa, de forma que Ġothn se convierte en Othn, y Ġodhn en Odhn; y ambas darán origen a Odín al vocalizarse estas palabras y preferirse el sonido d, menos fricativo y más fácil de pronunciar que dh y th. En cambio, en alemán se mantendrá el sonido t.
El nombre Odín (Wodhn, Goth, Got, Ġothn, Ġotn,), cuando lo hacemos derivar hasta su origen, vemos que hace referencia a Sargón, a Daud, y por eso mismo, a pesar de formar parte del panteón escandinavo, en las sagas de Snorri Sturluson se le reconoce como un personaje histórico que habría sido un “gran conquistador” y un “maestro-mago”, dos características que sólo confluyen plenamente en Sargón si le hacemos coincidir con el Profeta Daud. Pero la magia de Daud no es chamánica, como se ha tergiversado en la leyenda, sino profética –otro atributo que se le reconoce a Odín en esta misma saga. Y lo que los judíos de la corriente danesa llevan a Escandinavia es el alfabeto y la escritura con la que Daud escribió el Zabur. Con el tiempo, sin embargo, el panegírico Goth o Got se convertirá, en las lenguas anglosajonas, en el nombre de un “dios” investido con las cualidades del Profeta Daud. Más tarde, pasará a denominar, como nombre genérico, al Creador –God (en alemán, Gott).
En las mitologías escandinavas el “dios” Odín –asociado a la sabiduría, la magia, la poesía y la Profecía, todas ellas características del profeta Daud– tenía numerosos hijos, uno de los cuales era Thor (Zor), a quien se le asociaba con tormentas (vientos), adoración y santidad –características propias del Profeta Suleyman. Estas tradiciones confirmarían el hecho de que Odín representa a Sargón (el profeta Daud), y su hijo Zor a Menes, hijo de Sargón y por tanto a Suleyman, hijo de Daud. Zor va acompañado siempre de dos pájaros (dos yin voladores) con inteligencia humana y con los que dialoga –la misma secuencia que encontramos en el Corán referida al Profeta Suleyman.
Pasó revista a los voladores, y dijo: “¿Qué ocurre que no veo al hud-hud? ¿Acaso se ha ausentado? Le infligiré un duro castigo o lo degollaré, a menos que venga con una clara razón.” Mas había permanecido no muy lejos de allí, y dijo: “He sabido de algo de lo que tú no tienes conocimiento, y he venido hasta ti desde Saba con una noticia cierta. (Corán, sura 27, aleyas 20-22)
Zor tiene los vientos agarrados en su mano, los truenos y los rayos que lanza contra el mal –una clara imagen del poder de Suleyman y de su implacable justicia.
A Sulayman le sometimos el viento. La distancia que recorría en una mañana equivalía a la que antes recorría en un mes, y la que recorría en una tarde equivalía también a la que antes recorría en un mes. E hicimos que manara para él una fuente de cobre fundido. Y había yin que trabajaban para él por la voluntad de su Señor. A quien de ellos se hubiera apartado de Nuestro mandato le habríamos hecho gustar el castigo del sair. (Corán, sura 34, aleya 12)
Los yin de los que habla esta aleya corresponderían a los “enanos” que en el poema Alvíssmál, perteneciente a la Edda Poética, estaban al servicio de Zor. Dice Zor: “Alvíss debe decirle lo que quiere saber sobre todos los mundos que el enano ha visitado.” En una larga sesión de preguntas y respuestas, Alvíss así lo hace –describe características naturales como son conocidas en las lenguas de diferentes razas de seres que pueblan el mundo, al tiempo que transmite una gran cantidad de información cosmológica. Y así fue entendido siglos más tarde y reflejado en la obra “Solomon and Suturn” escrita en inglés y noruego arcaicos, y compuesta de cuatro libros de adivinanzas en los que se asocia al “dios” Zor con el Profeta Suleyman.
Los mitos y leyendas de todos los pueblos antiguos de la Tierra no han hecho, sino transportar el relato profético y sus actores. Si perdemos de vista este hecho, esas mitologías que hablan de forma simbólica y barroca de dioses, de magos y de poderes sobrenaturales, resultarán incomprensibles y absurdas.
Por lo tanto, cuando los cristianos utilizan el término God (en inglés) o Gott (en alemán) para referirse al Creador de los Cielos y de la Tierra, lo que está haciendo es alabar a un hombre que fue rey y profeta -Sargón el Grande, Daud. “God” es un adjetivo, un panegírico, que se otorgaba a ese monarca; no es un nombre propio, no es el nombre propio de nadie; mucho menos del Altísimo. Ahora esta madre de Florida tiene una inmensa tarea por hacer. Debe transmitir a sus hijos la Unicidad divina y el verdadero nombre del Creador del universo y de todo cuanto existe. Lo demás no es, sino literatura.
Él es Allah en los Cielos y en la Tierra. (Corán, sura 6, aleya 3)
