El puño de hierro golpea duro

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Daniel McAdams para LewRockwell

Había un viejo dicho en la Hungría comunista, uno de los favoritos para recitar el Primero de Mayo, cuando el partido comunista ofrecía cerveza y perros calientes gratis: «El puño de los trabajadores es un puño de hierro; golpea donde se necesita».

Pasé siete años viviendo en una Hungría apenas poscomunista y, lamento sorprenderte, algunos de mis grandes amigos y compañeros de trabajo habían sido comunistas ardientes que de alguna manera lograron encontrar un paracaídas dorado mientras caía el antiguo régimen y la nueva «democracia» se asentaba como el polvo después de una explosión.

Como escribí en Lew Rockwell a principios de esta semana, la «caída del comunismo» en 1989 no fue una revolución democrática, sino un movimiento de la nomenklatura comunista (en el caso de Hungría, la descendencia del liderazgo comunista de 1948, 1956 e incluso 1918) para llevar el zeitgeist (el espíritu de los tiempos) a una síntesis hegeliana rentable en la que todavía llevarían las riendas pero serían reconocidos por «Occidente» (Clinton en ese momento) como los precursores de una gran revolución pro-occidental en la antigua Europa del Este.

Las víctimas cristianas y anticomunistas de medio siglo de comunismo aliado de Estados Unidos en Hungría no tenían lugar en la nueva Hungría «anticomunista» de después de 1989. Gente como mi buen amigo el conde István Csáky, cuya familia cristiana milenaria lo perdió todo cuando la chusma comunista tomó el poder en 1948, no estaba en mejor situación después de 50 años de satanismo oficial. No hubo restauración del status quo después del final de la anomalía llamada marxismo-leninismo. Mas los medios de comunicación nunca informaron de este hecho, por lo que no existió. La historia fue un progreso interminable hacia la perfección.

Así que no había ningún lugar en un mundo que había destruido a Csáky para permitir que Csáky existiera una vez que la tiranía que había destruido a Csáky hubiera dejado de existir.

«Justicia.»

Quizás sea una decepción para los amantes de la mitología, pero la realidad rara vez se presta a los pulcros pronunciamientos de los principales medios de comunicación y de los insípidos autores actuales de la historia popular.

Corte al presente:

La presidenta de la Cámara de Representantes, Pelosi, a la manera de Mátyás Rákosi, decidió que el otro partido político no es solo un competidor ideológico o filosófico, sino el epítome del «enemigo interno», que debe ser vencido y enviado al gulag.

Como un país del tercer mundo, el capitolio está ocupado por militares. El Departamento de Seguridad Nacional ha emitido una advertencia sin precedentes: quien cuestione el papel opresivo del gobierno, será considerado terrorista doméstico.

Si se opone al régimen de Biden/Pelosi, será un insurrecto que necesitará pasar algún tiempo en prisión.

Incluso si eres un libertario, que rechaza la violencia en cualquiera de sus formas, estás sujeto a la nueva visión de que cualquier oposición al estado y su ideología dominante es una forma de terrorismo.

En estos días oscuros, el hecho de que miles de tropas militares estadounidenses ocupen Washington DC parece normal, pero es una locura

¿Qué haremos cuando todo en lo que creemos sea ilegalizado? Cuando la oposición pacífica e intelectual a la tiranía del régimen actual se castigue con la cancelación total, ¿qué tecnología habrá garantizado nuestra aniquiliación? Como Csáky, ¿dejaremos de existir durante medio siglo o comenzaremos a afirmar nuestras verdades a medida que el sistema implosione?

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SONDAS: El error de Rusia, como el de China, fue el haber adoptado un sistema socio-político occidental –el marxismo. Un sistema que no era propio de Rusia, que no estaba afinado con su realidad, con su idiosincrasia, con su historia. Un sistema ajeno, externo, como un tornillo con el que se unen dos partes de un hueso roto y luego el cuerpo reacciona y se infecta, pues no lo reconoce como algo suyo.

El marxismo fue generado en la Alemania del siglo XIX por dos alemanes –Karl Marx y F. Engels (filósofo, periodista y rico industrial). Ambos judíos y pertenecientes a lo que podríamos llamar el judaísmo mesiánico, ateo, hegemónico, supremacista y, en última instancia, imperialista. Sus más cercanas raíces podemos encontrarlas en las revueltas campesinas de la Alemania del siglo XVI lideradas por el judío Thomas Müntzer. El mensaje subliminar, en ambos casos, era el mismo: “No necesitamos profetas ni dioses, pues en el hombre hay fuerza, nobleza y santidad suficientes como para gobernar el universo.”

Las revueltas de Müntzer acabaron en una auténtica masacre, alentada por los máximos representantes del humanismo de aquel tiempo, Lutero y Erasmo.

La agonía de la revolución rusa duró algo más, 70 años, con secuelas mucho más devastadoras para Rusia que las que sufriera Alemania con la revolución campesina.

El pueblo ruso quería cambios en la monarquía zarista de los romanov, pero no deseaba acabar con su estructura social –Dios, patria y rey. Una situación parecida a la de la revolución francesa. También los habitantes de la región de la Vendé querían cambios en la monarquía francesa, pero no querían ver a su rey decapitado ni su estructura social trastocada ni sus sacerdotes perseguidos.

Rusia tiene que recuperar la coherencia y abandonar el sistema político esquizofrénico en el que vive actualmente.

Rusia no es occidente y ello es una gran ventaja. Tiene que sacudirse ese complejo de inferioridad que le hace comprometer su política en favor de congraciarse con Estados Unidos y Europa.

Rusia debe ahondar en su idiosincrasia y favorecer las opciones religiosas que siempre han constituido la base de su moral y de su carácter –la iglesia ortodoxa y el Islam.