Bailando con los globalistas.

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The Good Citizen

La propaganda es interminable y en todas partes. Las imágenes de bebés y personas mayores que huyen de la guerra aparecen en los sitios de «noticias» occidentales con titulares poco sutiles como:

¡PUTIN TIENE MANCHADAS LAS MANOS CON LA SANGRE DE ESTE BEBÉ!

Hubo un tiempo en el que existía un arte magistral para la propaganda efectiva como manipulación psicológica. Ya no hace falta sutileza con las ganas que tiene la gente de asimilarse a la última locura creada por los medios, condicionados socialmente a revelar su estupidez en las secciones de comentarios: “¡Putin es el próximo Hitler! ¡Alguien tiene que detenerle de inmediato!”

Los ciudadanos se están asimilando a la perfección a este Borg ucraniano, felices de subcontratar sus cerebros a medios corporativos occidentales que les ordenan que solo dediquen sus emociones a la causa y a nada más.

Todo está diseñado para tirar de las cuerdas del corazón de las personas para fabricar el consentimiento para este conflicto que nunca debería haber comenzado y podría terminar de inmediato con Ucrania rechazando la membresía de la OTAN y permitiendo que tres regiones mayoritariamente rusas ingresen en la madre patria.

Esto es lo que Occidente quiere, más guerra, más refugiados, más propaganda para sus esfuerzos por derrocar a Putin en Rusia. Los neoliberales y neoconservadores han estado planeando este conflicto durante años y disfrutan cada minuto del espectáculo.

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SONDAS: ¿Sabemos a ciencia cierta lo que está pasando? ¿Sabemos si es real lo que vemos, lo que oímos, lo que sentimos? ¿Podemos fijar al menos por un breve periodo de tiempo quién son los buenos y quién son los malos? ¿Hubo realmente una pandemia?

Nos resulta extraña ahora la insistencia de todos los gobiernos del mundo para que nos vacunásemos; la misma insistencia con la que nos obligan ahora a odiar a Putin, a Rusia, y amar desproporcionalmente a Ucrania, incluso a ese payaso golpista de Zelensky. Dentro de un mes Putin podría ser un héroe, un ejemplo de honestidad política y junto a su foto podría aparecer la del presidente ucraniano colgando de una soga. Hemos visto este tipo de imágenes demasiado a menudo. Sin embargo, nadie aprende, aunque todo el mundo tararea la cantinela: “la historia siempre se repite”. Y los que menos caen en la cuenta de esta realidad, de que siempre es el mismo cliché, son los ciudadanos de a pie, que también ahora van en coche.

Estos ciudadanos –profesores, ingenieros, físicos, farmacéuticos, biólogos, carpinteros, herreros… no ven la hora de demostrar su adhesión al sistema. Matarían si alguien se atreviera a desmontar el sistema bancario, los medios de comunicación, internet… la tecnología. Es el progreso, un horizonte luminoso hacia el cual dirigen a sus hijos. Tienen ocho años, pero ya saben sacar dinero con una tarjeta de crédito, utilizan el teléfono móvil como si ya en la matriz de sus madres hubiesen estado nueve meses practicando. Salen del útero sin ternura, sin inocencia, sin indefensión. Parecen personas mayores de tamaño reducido. Y esa dureza robótica es la que se está tratando de implantar en los rostros humanos, rostros indiferenciados, rostros con mascarillas…