Los monopolios ejercen una inmensa cantidad de poder e influencia económicos y políticos. Entonces, ¿qué podemos hacer para que la economía sea más equitativa?
Big Think
Según Ganesh Sitaraman, profesor de derecho de Vanderbilt y autor del libro: La gran democracia: cómo arreglar nuestra política, liberar la economía y unir a Estados Unidos, Norteamérica tiene un problema de monopolio, un problema que se reconoce casi universalmente como tal, pero que se hace poco al respecto.
Sitaraman explica cómo los monopolios de hoy comparten su ADN con los fideicomisos del siglo XIX, y cómo la mayor concentración y consolidación de estas corporaciones se traduce en un mayor poder tanto económico como políticamente.
«Necesitamos pensar en revitalizar nuestras leyes antimonopolio y los principios antimonopolio que dieron espíritu a esas leyes y a muchas otras regulaciones», argumenta. Restaurar la fe en el gobierno y la economía comienza con el desmantelamiento de las cosas que hacen que la gente cuestione sus lealtades y prioridades.
GANESH SITARAMAN: Creo que una de las cosas que hemos visto en la última década es una concentración creciente en un sector tras otro en la economía. Y es un problema por varias razones. Primero, es un problema económico. Cuando tienes una concentración masiva en un pequeño número de monopolistas, a menudo obtienes precios más altos, menos innovación, porque hay menos competencia. Y tiene un problema político, que es que una pequeña cantidad de empresas pueden presionar a Washington para que intente aprobar políticas o respaldar regulaciones que se beneficien a sí mismas a expensas de otros.
Entonces tenemos este problema tanto económico como político, que proviene de la concentración y la consolidación. Lo que realmente llama la atención es que tenemos leyes antimonopolio, y a lo largo de nuestra historia realmente hemos tenido un movimiento antimonopolio, antimonopolio que estaba muy preocupado por este tipo de consolidación, tanto por razones económicas como constitucionales y democráticas.
Y se remonta a la primera Edad Dorada, a finales del siglo XIX, y la Revolución Industrial. En ese período de tiempo, había una concentración masiva de empresas en un número cada vez más pequeño, las llamaban fideicomisos en ese entonces. Y los fideicomisos ejercían un gran poder económico sobre la sociedad y políticamente sobre el gobierno. A menudo fueron representados en los escritos como un pulpo con sus tentáculos en toda la sociedad estadounidense.
Entonces, lo que hizo la gente de la Era Progresista fue aprobar leyes antimonopolio. La Ley Sherman de 1890, la Ley de la Comisión Federal de Comercio, la Ley Clayton. Y el objetivo de estas leyes era tratar de romper estas consolidaciones de poder económico, y en otras leyes, tratar de regular el poder económico en lugares donde existían monopolios naturales, para que fueran más como servicios públicos. Y en cualquier caso, la idea era que la democracia debería poder controlar un poder económico significativo, en lugar de que el poder económico controle a la democracia. Y esa fue la idea de estas leyes en la Era Progresista, y realmente continuó durante la mayor parte del siglo XX. Y luego, a partir de la década de 1970, hubo un cambio radical. Y este cambio fue para decir que el antimonopolio no se refería a la concentración y distribución del poder, sino a la eficiencia económica, a la idea de que todo lo que realmente importaba era la reducción de precios al consumidor.
Y esta idea comenzó a expandirse, a partir de la década de 1970, y se volvió cada vez más poderosa, y con el tiempo realmente se apoderó de gran parte del concepto antimonopolio, hasta el punto de que ahora nos encontramos con que las leyes antimonopolio no se están aplicando de manera significativa como se aplicaron en las primeras generaciones. Y lo que estamos viendo es una consolidación de los monopolios cada vez mayor. Así que creo que una de las cosas que debemos hacer mientras pensamos en lograr una democracia económica, un sistema en el que no haya nadie que tenga tanto poder económico que pueda dominar la economía o nuestra política, es revitalizar nuestras leyes antimonopolio y los principios antimonopolio que dieron espíritu a esas leyes y a muchas otras regulaciones.
Cuando miras las encuestas, adviertes de forma palpable que la gente no confía en el gobierno, que piensa que el gobierno es corrupto, que piensa que la economía está manipulada contra la gente común y a favor de los más poderosos.
Y en medio del coronavirus, especialmente, la gente entiende que, en una emergencia de salud pública, realmente necesita que el gobierno pueda trabajar para ti y ayudar. Por eso, creo que este es un momento en el que la gente está empezando a ver, incluso a través de los partidos políticos, lo importante que es tener un gobierno que funcione, para poder abordar la emergencia de salud pública, para poder abordar la crisis económica que es consecuencia de esa emergencia, pues se han dado cuenta de que nuestra economía durante los últimos 30 años, nuestra política durante los últimos 30 años, no han estado trabajando para la gente común y corriente y, en cambio, han estado trabajando realmente para un pequeño número de personas, y un pequeño número de corporaciones y grupos de interés.
Creo que este es el momento de comenzar a trabajar juntos y lograr resultados que realmente ayuden a muchas personas y les ayuden a ver que realmente podemos tener un gobierno que funcione para nosotros. Eso ayudará a cambiar algo de la polarización que estamos viendo en estas elecciones.
SONDAS: La ingenuidad de Sitaraman adolece, de alguna forma, de malicia. Demasiada candidez para venir del intelecto de un profesor de derecho. Demasiada desconexión con la realidad. Hay más problemas de los que él plantea. Ha habido una dislocación de la fórmula lineal sobre la que estaba basada la estructura social y económica de la humanidad:
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Al dislocar este equilibrio, el mecanismo se ha roto y funciona en modo estropeado, en el que cada pieza va deformando a la siguiente. Y hay muchas deformaciones, ya que lo que Sitaraman llama “Era Progresista” estaba basada en la industria; es decir, en la superproducción, que pronto no podrá ser absorbida por la demanda nacional, instaurándose, así, las multinacionales y creando países almacén a los que irán a parar los stocks. Previamente, se les habrá invadido y arruinado, y su poder adquisitivo sólo les dará para comprar las sobras –los artículos de segunda mano o estropeados. Sin embargo, las crisis, las guerras y demás catástrofes impedirán que la ecuación siga funcionando. De esta manera, se pasa el muerto industrial de la superproducción a los países tercermundista, algunos de los cuales se han convertido en verdaderas potencias económicas, como China. Serán ellos los que asuman, ahora, la tarea de producir y Estados Unidos montará su economía sobre productos virtuales –las grandes fortunas de hoy ya no corresponden a los grandes industriales como Ford, GM y otros, sino a Google, Amazon, Facebook, Twitter, Bloomberg, Microsoft… Y la Era Progresista estaba basada, así mismo, en la esclavitud racial. Los esclavos negros no tenían salarios ni derechos –millones de manos negras trabajando por un plato de comida al día. Así es como se generó buena parte de la riqueza de Estados Unidos. ¿Cree realmente Sitaraman que la ira cuántica de Allah el Altísimo no se va a manifestar contra este país que ha causado tanto sufrimiento al ser humano? ¿Realmente fue una era progresista? El daño está hecho y ahora están viniendo las consecuencias –ese cambio de dirección que se ha operado de la industria a la virtualidad, de la producción a los datos, está teniendo graves consecuencias para todos, pues este tipo de empresas virtuales acumula grandes cantidades de dinero con muy poca mano de obra; no produce nada tangente; no siembra, no recolecta; las inversiones son inmobiliarias, creando centros urbanos cada vez más reducidos y elitistas –la mayor parte del “afuera” pronto será reducido a su más mínima expresión.
No hacen falta 8.000 millones de individuos sobre la faz de la Tierra devastando posibles campos de cultivo naturales, hacinándose en suburbios miserables, abarrotando los hospitales y drenando la economía con jubilaciones, servicio de transporte y prestaciones al desempleo.
Un nuevo mundo, cada vez más extraño, en el que, créame mi querido Sitaraman, lo de menos serán los monopolios.