Nils Gilman (Vicepresidente de programas del Instituto Berggruen y cofundador del Transition Integrity Project) para New York Times
Estamos en la cúspide de una revolución, nos dicen los ingenieros. Las nuevas técnicas de edición de genes, especialmente en combinación con tecnologías de inteligencia artificial, prometen nuevas capacidades sin precedentes para manipular la naturaleza biológica, incluida la propia naturaleza humana. El potencial difícilmente podría ser mayor –categorías enteras de enfermedades conquistadas, medicina radicalmente personalizada y una destreza mental y física drásticamente desarrollada.
Sin embargo, en el Instituto Berggruen creemos que las concepciones estrictamente de ingeniería de estas nuevas tecnologías no son suficientes para comprender la importancia de estos cambios potenciales.
El impacto de estas tecnologías es tan profundo que desafían la definición misma de lo que es ser humano. Visto desde esta perspectiva, el desarrollo y despliegue de estas tecnologías representan un experimento práctico en lo filosófico, hoy realizado principalmente por ingenieros y científicos. Pero necesitamos una conversación más amplia.
Durante milenios, la filosofía occidental dio por sentada la distinción absoluta entre lo vivo y lo no vivo, entre la naturaleza y lo artificial, entre los seres no sensibles y los sensibles. Supusimos que nosotros, los humanos, éramos las únicas entidades pensantes en un mundo de meras cosas, sujetos en un mundo de objetos. Creíamos que la naturaleza humana, cualquiera que fuera, era fundamentalmente estable.
Pero ahora, los ingenieros de la I.A están diseñando máquinas que dicen que pensarán, percibirán, sentirán, meditarán y reflexionarán, e incluso tendrán un sentido de sí mismas. Los bioingenieros sostienen que las bacterias, las plantas, los animales e incluso los seres humanos pueden rehacerse y modificarse radicalmente. Esto significa que las distinciones tradicionales entre el hombre y la máquina, como entre los humanos y la naturaleza, distinciones que han apuntalado la filosofía, la religión e incluso las instituciones políticas occidentales, ya no se mantendrán. En resumen, la I.A y la edición de genes prometen (¿o es una amenaza?) redefinir lo que cuenta como humano y lo que significa ser humano, tanto filosófica como poética y políticamente.
Las preguntas planteadas por estos experimentos son las más profundas posibles. ¿Usaremos estas tecnologías para mejorarnos a nosotros mismos o para dividir o incluso destruir a la humanidad? Estas tecnologías deberían permitirnos vivir vidas más largas y saludables, pero ¿las implementaremos de manera que también nos permitan vivir de manera más armoniosa entre nosotros? ¿Alentarán estas tecnologías el juego de nuestros mejores ángeles o exacerbarán nuestras tendencias demasiado humanas hacia la codicia, los celos y la jerarquía social? ¿Quiénes deberían participar en las conversaciones sobre cómo se desarrollarán estas tecnologías? ¿Quién tendrá derechos de decisión sobre cómo se distribuirán e implementarán estas tecnologías? ¿Solo unas pocas personas? ¿Solo unos pocos países?
Para abordar estas preguntas, el Instituto Berggruen está construyendo redes transnacionales de filósofos + tecnólogos + formuladores de políticas + artistas… que están pensando en cómo la I.A y la edición de genes están transfigurando lo que significa ser humano. Buscamos desarrollar herramientas para navegar por las preguntas más fundamentales –no solo sobre qué tipo de mundo podemos construir, sino sobre qué tipo de mundo debemos construir, y también sobre qué tipo de mundo debemos evitar construir. Si la I.A y la biotecnología ofrece incluso la mitad de lo que los visionarios creen que nos espera, entonces ya no podemos posponer más la cuestión de qué tipo de seres humanos queremos ser, como individuos y como colectivo.
SONDAS: Continúa el sueño, aunque todos sepan que no es más que un sueño, una quimera entre infantil y demoniaca. Una vez que el sueño de fabricar androides –es decir, máquinas humanizadas– se convirtió en pesadilla para acabar en un lúcido despertar tras el que todos entendieron que era una tarea imposible, surgió la idea de hacer la operación al revés –convertir a los humanos en máquinas. De esta forma, el factor biológico quedaba resuelto.
Pero no es más que un sueño y una cortina de humo que intenta evitar el colapso, el absurdo de un mundo que ya no tiene nada que ofrecer al hombre –antidepresivos, drogas… suicidio.
Nos recuerdan estas afirmaciones de Gilman a las de los astrofísicos y sus colonias lunares y marcianas –cambiar la naturaleza humana, montar bases por todo el universo y bla, bla, bla… Mas nada sobre la mesa, ni siquiera bocetos, esquemas… algo que echarnos a la boca. Todo siempre se pospone a un futuro cercano que, cuando llega, se vuelve a posponer unos años más hasta que muere esa generación o caen en el olvido todos esos proyectos, todas esas fantasías.
Y, sin embargo, funciona el montaje sicodélico, pues cuando no se tiene nada, ninguna esperanza, ninguna certitud, ningún sentido, ninguna dirección… cualquier mentira logra levantarnos el ánimo.
Gilman y todos sus colaboradores, así como los “científicos” que llevan décadas trabajando en este mismo proyecto saben que cambiar la naturaleza, la fitrah (ver Artículo X), de cualquier entidad viva significa destruirla, degradarla, envilecerla… Y ello, porque todas estas entidades han sido creadas de la mejor manera posible –por lo tanto, modificar su configuración no puede dar como resultado algo mejor, ni siquiera algo similar a la configuración original.
(4) Hemos creado al hombre en el mejor de los moldes.
Qur-an 95 – at Tin
Sin embargo, lo intentarán una y otra vez en el nombre del progreso, de la virtud, de un futuro mejor para la humanidad. Tenebrosas bases sobre paisajes desoladores en algún lugar del espacio… Humanos llenos de chips controlando sus emociones, sus aspiraciones… su consciencia.
Un sueño, una pesadilla, una quimera… Está en nuestras manos el evitarlo. Empecemos con el covid19.