Al final de los tiempos los hombres pedirán consejo a los más necios de sus conciudadanos. Ese día ya ha llegado.

Mientras las manos transgresoras de los escribas cambiaban, tachaban, omitían, añadían… todo lo que les parecía bien para que los textos bíblicos cuadrasen con la ideología sacerdotal del momento sin que nadie se opusiera a tal fechoría y la espada cristiana mantenía a raya a cualquier disidente o individuo que se atreviese a cuestionar sus dogmas –todo iba bien. Había una cierta paz y una casi absoluta conformidad vigilada de cerca por los guardianes de la fe y el secretismo judío.

Mas cuando dio comienzo la crítica de los textos bíblicos, cuando se pidieron cuentas sobre qué habían hecho con las Escrituras sagradas y la espada cristiana yacía rota en pedazos, el pánico se apoderó de los que hasta entonces dormían tranquilos en sus palacios episcopales, en sus vaticanos, custodiados por los ejércitos de todo el mundo.

Hacían falta ahora pruebas, evidencias, documentos. ¿Quién había escrito la Biblia? ¿Cuántos? ¿Cuándo? No había respuesta para ninguna de estas preguntas, y lo que más perturbaba la visión de los que leían estos textos con rigor y objetividad era el hecho de que no hubiera una sola página sin contradicciones, sin párrafos ambiguos e incoherentes. Obviamente, se trataba de un puzle, de un collage, en el que faltaban –como ya nos advirtiera el Corán– numerosos datos.

Ahora hay una lucha entre los cristianos que se aferran a este libro para justificar su posición religiosa y, por lo tanto, social y los cristianos que se sirven del mismo libro para defender justo lo contrario. Esta dislocación racional se debe a que los textos bíblicos –tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento– mantienen una pequeña parte de lo que realmente se reveló a los profetas, mezclada con lo que los escribas quisieron añadir para mantener su ideología, su poder.

Y dado que la ideología sacerdotal judía y más tarde cristiana no cesaba de cambiar, de modificarse, asimismo sucedía con los textos bíblicos –interpolaciones aquí y allá; frases borradas y frases inventadas intercaladas en párrafos con los que nada tenían que ver. ¿Cómo, pues, se puede defender o atacar un postulado cualquiera en base a la Biblia?

No obstante, en el caso de la homosexualidad y sus derivaciones –matrimonios, adopción de hijos– podemos fiarnos completamente de la Biblia, pues su posición está ratificada por el Corán, el último libro revelado por el Altísimo, que se mantiene en su lengua original, el árabe, y que no ha sufrido la más mínima alteración a lo largo de los siglos, pues al mismo tiempo que se escribía, se memorizaba.

No obstante, veamos la diatriba que se ha suscitado entre Kim Davis, que apoya la condena bíblica de la homosexualidad y Greg Easterbrook, que defiende bíblicamente la homosexualidad. Se trata de un artículo que apareció en The New Yorker bajo el título “Kim Davies debería leer de nuevo la Biblia”:

Kim Davis, empleada del condado de Rowan, Kentucky, USA, regresa a su puesto de trabajo después de haber pasado cinco noches en la cárcel y luego unos días más recuperándose en casa. Davis, cristiana pentecostal, afirma que «la autoridad de Dios» le indica que no emita licencias para el matrimonio homosexual, a pesar de que la ley la obliga a hacerlo. Los candidatos presidenciales, incluidos Ted Cruz y Mike Huckabee, ambos fundamentalistas, han elogiado su postura.

Es innegable que a los primeros libros de las Escrituras, los que los cristianos llaman el Pentateuco y los judíos la Torá, no les gustan las relaciones entre personas del mismo sexo. En el Jardín del Edén, Dios decreta que un hombre será el esposo y una mujer la esposa. El Levítico 18:22 dice: “No te acostarás con varón como con mujer; es una abominación.” En 20:13, Levítico especifica que ambas partes del sexo varón-varón serán “dadas a muerte”.

Por lo tanto, cuando se está hablando de abominación y de ejecutar a los que practican la homosexualidad, resulta hasta cierto punto cínico utilizar la expresión “a los primeros libros de las Escrituras – la Torá, el Pentateuco– no les gustan las relaciones entre personas del mismo sexo”. El juicio en este caso es contundente y sin paliativos. La homosexualidad es ante Dios abominable, pues va en contra de Su sistema de creación, en el que la vida se perpetúa a través de la reproducción sexual, y ésta solo puede tener efecto cuando se realiza entre un hombre y una mujer, entre células masculinas y células femeninas. Entre dos entidades del mismo sexo no hay reproducción, no hay fecundación… no hay vida. Ello quiere decir que la homosexualidad condena a la humanidad a la auto-extinción. Es, pues, una grave anomalía, un tumor maligno que debe extirparse del cuerpo social para que éste recupere la salud.

El caso parece claro, aunque uno podría preguntarse por qué Davis, Cruz, Huckabee y otros solo pretenden negar el matrimonio gay, en lugar de ejecutarlos, tal como lo decretó Dios.

La razón es muy sencilla. Todos los gobiernos del mundo, todas las instituciones y organizaciones internacionales han abandonado la ley de Dios y se han erigido ellos mismos en legisladores para substituir al Altísimo en Su puesto. Si un grupo de ciudadanos apedrease hasta la muerte a una pareja de homosexuales, serían ellos los que irían a la cárcel de por vida, pues la ley de los hombres es contraria a la ley de Dios.

Pero aquí está la cosa. La teología cristiana dice que el Nuevo Testamento enmienda el Antiguo: lo que sucedió en los días de los apóstoles enmienda lo que vino mucho antes. Hechos 13:39: “Por medio de este Jesús todo aquel que cree es librado de todos aquellos pecados de los cuales no podía ser librado por la ley de Moisés.” (Hechos es el texto fundacional del pentecostalismo).

El Nuevo Testamento no puede abrogar el Antiguo Testamento, ya que aquél justifica éste, y continuamente leemos en los cuatro Evangelios referencias a los profetas como prueba de que el Nuevo Testamento es la continuación del Antiguo. Poco importa cuál sea el texto fundacional del pentecostalismo. Hay cierta polémica sobre quién escribió este libro, denominado los Hechos de los Apóstoles. Algunos defienden que fue una especie de segundo Evangelio de Lucas. Mas otros lo hacen derivar de las epístolas de Pablo. Al menos, es clara su influencia en este texto. No obstante, supongamos que fue Lucas su autor. ¿Quién era él para contradecir la palabra de Jesús?:

No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.  De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos. Porque os digo que, si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” (Evangelio según Mateo, 5:17-20)

Ni una tilde podrá ser cambiada de la Ley. ¿Cómo, pues, dice Gregg Easterbrook que el Nuevo Testamento abroga el Antiguo Testamento; que el amor abroga la ley? Lo que abroga el Nuevo Testamento son las innovaciones que se han ido introduciendo en las iglesias cristianas para adaptar la verdad de Dios, Su objetividad a la falsedad de los hombres y a su subjetividad. ¿O es que, acaso, debemos entender que la misión de Jesús fue la de santificar la homosexualidad? Ni una tilde podrá ser cambiada de la Ley, del sistema de creación del Altísimo.

Jesús anuló la ley existente sobre el pecado, el sábado, la vida después de la muerte y muchos otros asuntos. Su ministerio proclamó “un nuevo pacto, no de letra sino de espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica.” (II Corintios 3:6) “Letra” en este contexto significa ley arcaica, es decir, la ley que Davis, Cruz y Huckabee quieren aplicar hoy.

No, no es eso lo que significa “letra” y cualquiera con un corazón sano lo entiende sin necesidad de grandes exegesis. Todo en la creación de Allah está vivo, pues es la obra del Viviente, y la vida no puede estar encerrada en un ataúd, pues la vida exige movimiento, acción, dinamismo. De la misma forma la “letra” debe ser entendida a través del espíritu; es decir, debemos vivificar la “letra”. Sin embargo, cuando las castas sacerdotales se apoderan de la verdad, la matan, pues ellos mismos están muertos. Detestan lo que está vivo, detestan la verdad.

En Levítico, el libro del Antiguo Testamento que llama abominación a la homosexualidad, Dios no solo sanciona, sino que alienta la esclavitud. Levítico 25:44–46, detalla las reglas para apoderarse, retener y vender esclavos. Además, no hay impuesto sobre el patrimonio: los esclavos pueden ser mantenidos “como posesión para tus hijos después de ti, para que ellos hereden como propiedad”.

Independientemente de los versículos que en la Biblia hablen de la esclavitud, lo que claramente se deduce del Corán es que Allah el Altísimo no promueve esta práctica social, sino que la regula, como regula todas las relaciones entre los hombres dentro de sus sociedades. Regula la esclavitud, y regula el matrimonio, el divorcio, las transacciones comerciales, la guerra… La esclavitud es un hecho irreductible que solo, hipócritamente, se ha dado en llamar “asalariados” o “homeless”, sin casa –gente que vive en la calle. La esclavitud forma parte de las relaciones sociales y el Islam se apresura a regular esta situación para que no se oprima a los esclavos, para que no se les obligue a trabajos forzados; de la misma forma que se prohíbe que los amos prostituyan a sus esclavas. Son sirvientes protegidos y nunca abandonados. El amo es responsable hasta la muerte de sus esclavos. Mas en el Corán se anima a liberarlos, sobre todo a aquellos que han mostrado una clara inclinación por la creencia.

Sin embargo, no parece coherente que sea un norteamericano el que hable de esclavitud. No hace falta reivindicarla, pues es el estado en el que vive buena parte de la población negra estadounidense de hoy –esclavos de los que nadie se hace responsable, sumergidos en la droga, el alcoholismo y la prostitución.

En Deuteronomio 21: 18–21, cerca de los pasajes sobre la abominación de las relaciones entre personas del mismo sexo, las escrituras antiguas ordenan que un niño desobediente sea llevado por sus padres a la puerta de la ciudad y apedreado hasta la muerte. Si prohibir la homosexualidad es «autoridad de Dios» para un cristiano moderno, el asesinato ritual de niños también debería serlo. Entonces, ¿por qué los judeocristianos de hoy no creen en la esclavitud y el filicidio?

La cita bíblica que menciona Gregg está maliciosamente redactada, ya que se omite el contexto en el que puede darse esta situación. Fijémonos en la cita completa:

Si alguno tuviere un hijo contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado, no les obedeciere; entonces lo tomarán su padre y su madre, y lo sacarán ante los ancianos de su ciudad, y a la puerta del lugar donde viva; y dirán a los ancianos de la ciudad: Éste nuestro hijo es contumaz y rebelde, no obedece nuestra voz; es glotón y borracho. Entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán y morirá; así quitarás el mal del medio de ti, y todo Israel oirá, y temerá.”

Estos padres están en un estado de desesperación, ya que después de numerosas admoniciones e incluso castigos, su hijo –no es un niño, es un borracho– continúa tiranizándoles con su corrupta forma de vida. De ahí que no les quede a ellos, ni al resto de sus conciudadanos otro remedio que matarle para, precisamente, mantener a la sociedad en un buen estado de salud, de armonía, y protegerla de todo delito para eliminar la discordia entre la gente. Que pregunten, si no, qué opinan de este versículo bíblico los padres de los niños que sufren diariamente el acoso escolar cuya única salida en algunos casos es el suicidio; de los adolescentes que vuelven a casa borrachos o drogados, que pegan a sus madres y les obligan a darles dinero para continuar con su viciosa forma de vida; que pregunten a los padres de las hijas violadas; que pregunten a los miembros de cualquier sociedad occidental qué opinan de la delincuencia, en todas sus formas, que asola la convivencia entre los ciudadanos. Que pregunten a la gente qué opina de un sistema que premia a los delincuentes y castiga a las víctimas. Quien está en contra de la homosexualidad, quien la denuncia como una aberrante anomalía, estará sin duda a favor de que se castigue de forma ejemplar a los delincuentes.

Para los judíos, la doctrina antigua ha sido reinterpretada por comentarios rabínicos o leyes civiles; para los cristianos, se han modificado las premisas de las escrituras antiguas. Esto sucedió primero a través de los profetas intermedios Isaías y Oseas, que llegaron siglos después de las escrituras antiguas, y luego a través del ministerio del Redentor.

La reinterpretación rabínica o cristiana implica, en última instancia, que siglo tras siglo se debe ir corrigiendo lo que Dios ha prescrito a los hombres. Se trata, pues, de una continua equivocación, de continuos errores divinos que van desde calificar de aberración, de abominación a la homosexualidad hasta permitirla, encomiarla y santificar el matrimonio entre homosexuales. ¿Quién es, pues, este Dios? Mas también deberíamos preguntarnos quién son estos rabinos, quién son estos exegetas cristianos que contradicen con sus interpretaciones la palabra del Altísimo. Esta gravísima contradicción resulta, por otra parte, inevitable, pues ya hemos dicho que la Biblia es un collage donde se mezclan textos revelados con textos inventados por los escribas y las castas sacerdotales.

Y ahora Gregg habla de escrituras antiguas, profetas antiguos, escrituras intermedias, profetas intermedios… hasta llegar a las nuevas Escrituras, al Nuevo Testamento que, simplemente, abroga todo lo anterior, pues esos 10 o 12 mil años del relato profético, de escrituras reveladas se resumen en “Dios es amor” y “Dios es amor” se resume en “la homosexualidad es amor”. Y estar en contra de la homosexualidad es estar en contra de Dios. Mas ésta es la conjetura final de los encubridores, de los que utilizan la religión para su propio beneficio, buscando dinero o fama, relevancia social. No creen en Dios ni en las Escrituras, en ninguna de ellas; solo creen en lo que creía ese mal hijo, pues son glotones y borrachos.

¿Qué dice el Nuevo Testamento sobre la homosexualidad y el matrimonio homosexual? Silencio sobre esto último; en el primero, hay una referencia. En su Carta a los Romanos, versículos 1:26-27, Pablo comenta sobre los idólatras: “Sus mujeres cambiaron el coito natural por el que no lo es, y de la misma manera también los hombres, dejando el coito natural con las mujeres, se consumieron en la pasión de unos y otros. Los hombres cometieron actos desvergonzados con los hombres y recibieron en sus propias personas la debida pena por su error”.

Los conservadores prefieren traducciones, como la Biblia de la Palabra de Dios, que sustituyen «perversión» por «error». Sin embargo, muchas parejas cristianas devotas casadas por la iglesia, monógamas, hombre-mujer, se involucran en actos que alguna vez se consideraron perversión.

En el versículo de Pablo que Gregg cita se ponen en evidencia dos claros postulados. El primero –que hay una sexualidad natural, propia de los seres humanos, que relaciona a hombres con mujeres; y es natural porque es la única forma en la que pueda haber reproducción, fecundación, vida. El segundo postulado es que ir en contra de esta forma natural de sexualidad es una aberración, pues nos lleva a cometer actos vergonzosos. Como vemos, no hay ningún tipo de reinterpretación de aquellos pasajes que no han sido alterados por los escribas. Lo mismo que dice Deuteronomio y Levítico, lo dice Pablo; y lo dice el Corán.

Por otra parte, no entendemos por qué Gregg menciona a matrimonios cristianos, entre hombres y mujeres, que han podido cometer también ellos actos vergonzosos. Obviamente; y también hay cristianos asesinos, violadores, estafadores. De lo que estamos hablando aquí es de la palabra de Dios, del juicio de Dios, de lo que el Altísimo permite y prohíbe –no de lo que hacen o no hacen los cristianos.

Más allá de esto, Pablo desaprobaba toda interacción sexual, incluso entre hombres y mujeres casados entre sí. (I Corintios 7:29) Los apóstoles no mostraron ningún interés en ninguna forma de carnalidad. Jesús nunca se casó, y si experimentó un anhelo erótico, los detalles se pierden en la historia. El Antiguo Testamento está repleto de lujuria y violación: según el Nuevo Testamento, es como si el sexo hubiera pasado de moda. Quienes contemplaron a Jesús bañado en la gloria de la resurrección creyeron que llegaba la edad de oro largamente soñada. El sexo simplemente no parecía terriblemente importante en comparación con eso.

El versículo de 1 Corintios que cita Gregg de nuevo está maliciosamente redactado, fuera de todo contexto:

Pero esto digo hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sea como si no la tuvieses; y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa.”

Y en el versículo 36 leemos:

Pero si alguno piensa que es impropio para su hija virgen que pase ya de edad, y es necesario que así sea, haga lo que quiera, no peca; que se case.”

El mensaje de Pablo a los creyentes es claro –el tiempo es corto y la muerte acecha. Id, pues, abandonando vuestros apegos mundanos, todos ellos, pues lo que tanto amáis son medios y no fines. El único objetivo que tiene el ser humano es el de entrar en el Jardín en la Otra vida. Y todo lo que hagamos en este mundo debe ir dirigido a ese fin. El matrimonio es un medio; los hijos, la riqueza, y mientras los consideremos como tales, no serán un obstáculo para lograr el objetivo existencial. Mas cuando estos medios se convierten en fines, entonces perdemos de vista la meta hacia la que debemos dirigir nuestros pasos.

En el Islam, en el Corán, se alienta a que los jóvenes contraigan matrimonio, tengan hijos, trabajen y al mismo tiempo que realizan estas actividades propias de los seres humanos, se mantengan en el recuerdo de su Creador y del Jardín como la meta final.

El sexo ha sido diseñado por el Altísimo y no ha pasado de moda. Mas, como ya hemos dicho, se trata de un medio y no de un fin. Lo que vemos en las sociedades occidentales es una completa alteración existencial por la que los medios se han convertido en fines, olvidando de esta forma el objetivo real.

De todos modos, la palabra clave en Romanos no es “perversión”; más bien, «naturales». La ciencia de la cuestión de cuáles son las preferencias sexuales naturales de una persona no está resuelta, pero tiende hacia la idea de que las personas nacen de esa manera. Si nacemos con nuestra sexualidad, o es un regalo de Dios o evolucionamos naturalmente. Y si la atracción por personas del mismo sexo es natural, entonces está en concordancia con el Nuevo Testamento.

Aquí se trata de un retorcimiento desmesurado que ha roto el hilo conductor del propio discurso de Gregg. No hay preferencias sexuales, de la misma forma que no hay preferencia en comer o no comer. Estamos obligados a comer para no morir; para adquirir energía, vitalidad, dinamismo que nos permitan realizar las actividades que les son propias al hombre. Podemos tener preferencias en cuanto al aspecto físico y al carácter del otro sexo, pero no en cuanto al género. Cuando un hombre tiene relaciones sexuales con otro hombre, está yendo contra natura, está modificando su naturaleza primigenia que ya a nivel celular se expresa en la heterosexualidad.

Nacemos con la sexualidad incorporada a nuestro cuerpo y a nuestra personalidad. Y esta sexualidad está marcada por la propia constitución física, por la biología, por los genitales, claramente diferenciados en el hombre y en la mujer. Esta diferencia genital se expresa asimismo en la fuerza masculina y en la fuerza femenina.

Hay, pues, en toda la creación de Allah el Altísimo una perfecta complementariedad, que la homosexualidad rompe, desarmonizando todos los aspectos de la vida.

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