Algunos físicos han denominado a esta creación “alucinación controlada”. Han acuñado, de paso, el término “decoherencia” –el sistema que impide que la realidad cuántica se manifieste en nuestro mundo cotidiano, desbarajustándolo y privándonos de una sanidad lógica. Sin embargo, en las últimas décadas hemos visto cómo esta alucinación se convertía en una pesadilla descontrolada, sin necesidad de que lo cuántico interviniera en ello –bandas callejeras que ahora actúan en los colegios, violaciones a menores, matrimonios de homosexuales y miles de hombres alegando que son mujeres… y eso basta para que lo sean; incluso chavales de 15 años cambian su género sin que para ello necesiten el permiso paterno o un informe médico o un estudio jurídico. Él dice que es ella y ya puede mezclarse con las chicas en los baños, en los gimnasios, en las saunas, y en todos esos lugares en los que tradicionalmente se ha separado a los hombres de las mujeres, creando ámbitos de privacidad acorde al género biológico.
Esto ya no sirve. La realidad biológica no tiene ningún valor, pues ahora que hemos llegado a la existencia, somos nosotros los que vamos a decidir lo que somos según… no hay criterio para ello. Es el capricho, la psicopatía, la debilidad mental… los que van a decidir nuestra futura identidad.
Y si pensábamos que habíamos llegado al colmo de la irracionalidad, ese colmo en el que todo lo anómalo pasa a conformar la normalidad, ahí está la Fundación BBVA entregándole el Premio Fronteras del Conocimiento al judío australiano Peter Singer. Ya podemos imaginarnos lo mucho que le importa a un banco el conocimiento o sus fronteras, pero sus premios sirven para ratificar la dirección ideológica que está marcando el poder. Es ésta la función de los premios Nobel y de todos los demás. Mas los judíos, que son muy precavidos, siempre tienen más de una nacionalidad, y éste, aparte de la australiana, tiene la canadiense y la norteamericana. Ya dicen que hombre precavido vale por dos… o incluso tres.
Pues bien, este tipo se ha pasado buena parte de su vida luchando por los derechos de los animales y ha acuñado varios términos para dar forma lingüística a unos cuántos conceptos. Así nos recuerda Peter que tras la debacle ética y moral que supuso el racismo –y lo dice como si ya no existiese tal cosa– debemos cuidarnos mucho en no caer en otra infamia –el especismo. Si el racismo se basa en que una raza es superior a las demás, y esta raza siempre es la blanca, el especismo sostiene que la especie humana es superior a todas las demás, algo que le resulta intolerable a Peter.
Para empezar, Peter ha divido todo cuanto existe en el universo en sintientes y no sintientes. En esta primera categoría –los que sienten– están, por supuesto, los animales, pero no sabemos si ha incluido en ella también a las plantas, a las bacterias, a los virus, a las algas, ya que al mismo tiempo que ha hecho a los sintientes capaces de sentir, les ha otorgado consciencia de manera que pueden sentirse felices, satisfechos, cómodos… o miserables.
Fijémonos, por ejemplo, en una vaca. Se pasa la vida rumiando y dejándose ordeñar, para más tarde acabar en el matadero. Desde el punto de vista humano no cabe duda de que es una vida indeseable. Diríamos, incluso, que frustrante. Mas no sabemos lo que piensa la vaca al respecto. No sabemos cuáles sean sus gustos, sus preferencias. No sabemos si siente envidia cuando ve a los bueyes dando vueltas a una rueda de molino. O cuando ve a un asno llevando la carga que le ha colocado su dueño. Mas a simple vista, al menos, las vacas parecen satisfechas con su destino.
En tiempos de la Ilustración, según obra en algunos documentos que desgraciadamente se quemaron cuando ardió Paris, hubo preocupación por el tema de las vacas en particular, pero de los animales en general. ¿Estamos seguros –se preguntaban aquellos hombres ilustrados– que una vaca no pueda aprender a leer? ¿Quién nos asegura que los cangrejos no utilicen el álgebra a la hora de calcular sus movimientos? Los hombres ilustrados llevaron a cabo numerosos experimentos, pero todos ellos resultaron infructuosos. De ahí, que las vacas sigan rumiando y sigan siendo ordeñadas para beneficio de los humanos.
Y esto es lo que saca de quicio a Peter. Esta actitud claramente denota un claro especismo. Es como si dijera, ¿por qué no somos nosotros los que tiramos de una carreta en la que va un cerdo montado? ¿O un elefante, o una cucaracha? Debemos ampliar el ámbito de la ética, nos dice Peter, y anuncia el nacimiento de la bioética, ya que ¿es ético –se pregunta Peter– que en el reciente terremoto que ha asolado buena parte de sureste de Turquía los grupos de rescate se hayan preocupado por buscar a humanos que pudieran estar vivos, pero no les ha quitado el sueño pensar que a lo mejor había algún gato herido, pero todavía vivo, o una salamandra atrapada entre un muro y una viga? ¿Es esto ético o es un claro síntoma de especismo?
Este razonamiento bioético anti-especismo nos lleva a preguntarnos si no estamos violando los derechos de los animales de ganado al comérnoslos. ¿Tenemos derecho a implementar diariamente este especibalismo? Bien, preguntémosles a las vacas. Mas no hay respuesta. Siguen rumiando, siguen bebiendo agua. ¿Querrá esto decir que también en este caso el que calla, otorga? Podría ser. Tendríamos que intentar aprender su lenguaje, comprender sus sentimientos. Deberíamos empezar por decir “mu”. Mas seguimos sin recibir una clara respuesta.
Peter va más allá de una intraducible comunicación y se pregunta cómo nos ve la vaca. ¿Se siente humillada por el hombre? ¿Se siente insatisfecha por no poder desarrollar todas sus capacidades, tanto cognitivas como físicas? ¿Quién –aparte de Peter– se hace estas preguntas, se preocupa por extender la bioética?
Es cierto que numerosos individuos han optado por el vegetarianismo. Mas esto no basta para Peter. No es, sino la condición sine que non para el establecimiento de una bioética, de momento básica. Hay miles de aspectos que se deben ponderar. Fijémonos, por ejemplo, cómo ha quedado nuestro parabrisas después de un viaje. Está lleno de mariposillas aplastadas –una masacre. Y, sin embargo, ni siquiera sale de nosotros el menor gesto de arrepentimiento al verlo. Lavaremos nuestro limpiaparabrisas sin la menor preocupación por los miles de sintientes a los que acabamos de quitar la vida.
Y aquí han entrado en conflicto Peter y Bill –Bill Gates– quien ha defendido el genocidio de grillos y otros insectos, convertidos en harinas o en condimentos, pues la tierra, entre el cambio climático y el abuso en el número de cosechas anuales, no está para muchos trotes. Y Bill asegura que su caballo sí tiene consciencia. Sabe que es un caballo y se siente orgulloso de ello. También se siente orgulloso de él, pero los grillos, y en general los insectos, carecen de reflexión, pues de tenerla, haría tiempo que habrían abandonado su estúpida e inútil forma de vida.
Peter no está de acuerdo, ni le resulta aceptable hablar de esa forma de los grillos, y propone que, si es un problema de abastecimiento, también habría que empezar a pensar en hacer harina humana. Bill sonríe: “Empezamos a entendernos.”