El catastrofismo; un nuevo elemento en la agenda del ‘deep state’

El mundo era feliz, con sus sobresaltos, con su magia, con sus misterios… Todos parecían estar de acuerdo en que no es posible en este mundo alcanzar la completa felicidad, pues aparte de ser un valle de lágrimas, había en él numerosos elementos venenosos que actuaban como animales depredadores que iban regulando la demografía.

Era un mundo feliz porque era efímero, transitorio, del que había que partir para pasar a mejor vida. Nada perduraba en él. Cada cosa, familiar o extraña, acababa transformándose en polvo y volviendo a la tierra. Todos miraban con envidia disimulada a los seres queridos que agonizaban: “Pronto estará en el Paraíso.” E imaginaban el Paraíso, un lugar en el que los sueños, por disparatados que fuesen, se hacían realidad.

Después llegó la noción de progreso y con ella la de inmortalidad, la de un paraíso ajustado a las leyes de este mundo. Se detestó la muerte y comenzó el hombre a llevar una vida de conejo –siempre asustado, siempre temiendo por su vida. Había que vivir a toda costa, pues la noción de progreso trajo consigo la apocalíptica visión de la nada como el último fotograma existencial.

Ese mundo feliz que cabía en nuestra retina, se fue expandiendo hasta ocupar el infinito, quedando nosotros postergados a ser un punto imaginario en medio de trillones de galaxias. El hombre, en ese instante, perdió el sentido de la vida.


La astrofísica y la biología se convirtieron en las dos grandes esperanzas de la nueva especie transexual y democrática…


La astrofísica y la biología se convirtieron en las dos grandes esperanzas de la nueva especie transexual y democrática que venía a ocupar el puesto que el hombre de un mundo feliz había dejado vacante. Una devastadora substitución que apenas fue percibida.

Pasaron los años, los decenios, y aquella especie de no se sabe qué comenzó a volverse loca, a enfermar de los nervios, a drogarse, a suicidarse… Le dieron libros esotéricos, cursos de meditación transcendental, mantras; le enseñaron técnicas de adivinación; le susurraron los lugares de aterrizaje de los extraterrestres; le hicieron amar el misterio y detestar la verdad. Nada funcionó. Sólo momentáneamente. Hacía falta una historia en la que la nueva especie pudiera involucrarse –se hizo realidad la ciencia ficción. A partir de ahora seremos nosotros lo que poblemos Marte, los que rocemos la curva del universo, los que entremos en los agujeros negros y viajemos en el tiempo.

Mas ¿cómo alguien con cierto grado de sentido común abandonaría esta Tierra, este vergel, este paraíso, para ir a habitar lugares tan inhóspitos como los que nos describen las agencias espaciales? Lugares sin aire respirable, sin agua potable, sin recursos naturales, sin tierras abonadas, sin semillas, con vientos huracanados… ¿Quién estaría dispuesto a cambiar un diamante por una boñiga de vaca? Si un tal escenario llegase a establecerse, la Tierra se quedaría libre de psicópatas. Pero nunca habrá tal escenario.

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Para lograr un cierto quorum al respecto, el deep state está lanzando una de las últimas bombas que le quedan –el catastrofismo. Quizás la Tierra sea un paraíso, pero pronto se convertirá en un infierno –El devastador cambio climático está derritiendo las enormes masas de hielo en ambos polos, elevando trágicamente el nivel de los océanos y de los mares, lo que provocará que cientos de ciudades queden anegadas y millones de seres vivos floten sobre las aguas en un macabro y dantesco espectáculo. La lluvia ácida pronto acabará con los cultivos, y los residuos radiactivos, encerrados en cámaras de cemento que ya se están resquebrajando, acabarán con la vida oceánica. La hambruna se irá extendiendo por la Tierra como la sombra del atardecer. La destruida capa de ozono permitirá impotente que la atraviesen los rayos solares más perniciosos, provocando innumerables enfermedades que no tendrán otra cura que la muerte. Amenazantes meteoritos rozan nuestro planeta, pero un día, uno de ellos se estrellará contra esta arruinada Tierra y miles de especies, quizás la humana, desaparecerán, como desaparecieron los dinosaurios, una de las especies más simpáticas de cuantas ha generado la caprichosa evolución. ¿Podremos negociar con esta teoría una rápida adaptación a los nuevos escenarios que se crearán a cambio de convertirla en ley científica? ¿Quién sabe? ¿Quién puede saber? Lo único que sabemos es que ya hay varias rocas de camino a la Tierra. ¿Quién en estas inquietantes circunstancias preferiría seguir viviendo en este planeta? Hay avanzados proyectos de colonización interestelar, galáctica, colonias humanas allende nuestro sistema solar. Regeneraremos la atmósfera de los planetas en los que nos convenga asentarnos, tenemos las bacterias adecuadas para lograrlo. Produciremos agua…

¿Se trata únicamente de convencer a los ciudadanos de que paguen más impuestos “espaciales”? Sin duda que esa es una de las razones que justifican la divulgación de todos estos disparates ambientales, de todo este catastrofismo digno de las peores producciones hollywoodenses.

Mas la otra razón que apoya este delirio es la de proyectar la cosmovisión de un universo infinito, sin sentido, sin objetivo, sin diseño, sin planes… en el que disfrutar del vicio y realizar los más bajos deseos sin ningún Dios que nos vigile.

La ciencia logrará la inmortalidad y los viajes intergalácticos. Será divertido. Nos olvidaremos del mundo feliz en el que vivían nuestros ancestros. O quizás no sea tan divertido después de todo. Quizás sean estas las últimas palabras que resuenen en nuestro cerebro mientras la pala del enterrador echa tierra sobre nuestro féretro.

(7) Ten por seguro que esos que no esperan encontrarse con Nosotros se complacen en la vida de este mundo y se sienten confiados en ella. Los que se muestren negligentes con Nuestras aleyas (8) tendrán por refugio el fuego en merecido pago por sus obras.
Qur-an 10 – Yunus

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